lunes, 27 de mayo de 2013

LOS MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS

Los Mandamientos: Expresión del Amor de Dios

Los Mandamientos son expresiones del amor de Dios, para hacernos hombres libres, que anuncian los principales preceptos de la Ley Natural, valederos para todos los tiempos, lugares y personas. Los Mandamientos son de origen divino, pues fueron dichos por Dios con voz `potente, siendo grabado en piedra por el “dedo de Dios”.
Dios quiso revelar a todos los seres humanos los principios morales más fundamentales para que así todos pudieran conocerlos con mayor facilidad, con firme certeza y sin ningún error. Ese fue el motivo por el que Dios promulgó el Decálogo en el monte Sinaí como manifestación de su amor a los hombres para ayudarles a reconocer los principales preceptos de la vida moral.
Dios nos entrega los Mandamientos que son expresiones de su amor, para señalarnos el camino, para orientar nuestra libertad y asegurar la convivencia comunitaria de los valores humanos y cristianos. Los diez mandamientos pertenecen a la revelación divina. Nos enseña al mismo tiempo la humanidad del hombre. Pone en relieve los derechos esenciales y por tanto indirectamente los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana.

El Decálogo es un todo Orgánico e Indisociable:
Decálogo significa las «diez palabras» que recogen la Ley dada por Dios al pueblo de Israel durante la Alianza hecha por medio de Moisés (Ex 34,28). El Decálogo, al presentar los mandamientos del amor a Dios (los tres primeros) y al prójimo (los otros siete), traza, para el pueblo elegido y para cada uno en particular, el camino de una vida liberada de la esclavitud del pecado.
El Decálogo se comprende a la luz de la Alianza, en la que Dios se revela, dando a conocer su voluntad. Al guardar los Mandamientos, el pueblo expresa su pertenencia a Dios, y responde con gratitud a su iniciativa de amor.
El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la Ley natural. Los cuales son accesibles a la razón, a los preceptos del Decálogo han sido revelados para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la Ley natural, la humanidad pecadora necesita de ésta revelación.

Dios le entregó el “Decálogo” a Moisés, esculpo en dos tablas de piedra, diciéndole: “Yo soy el Señor tu Dios, te doy los Mandamientos que has de cumplir”. Cristo es nuestro Salvador, nuestro maestro; por ello vino al mundo y no quito los Mandamientos sino nos enseñó a cumplirlos de forma cabal y sincera con su ejemplo y a la vez nos dio uno nuevo: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Nos manifiesta también que comprendamos que solamente no basta creer para salvarse, Él nos dijo: “Si quieres salvarte, cumple los Mandamientos”.
Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y un significado fundamentales. Los cristianos están obligados a observarlo.
Los Diez Mandamientos constituyen un todo orgánico e indisociable, porque cada mandamiento remite a los demás y a todo el Decálogo. Por tanto, transgredir un mandamiento es como quebrantar toda la Ley, por ello el cristiano debe cumplir todos los Mandamientos.

El Mandamiento Nuevo: Plenitud de los Mandamientos
Los Diez Mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los tres primeros se refieren a Dios y los otros siete al amor al prójimo. Y se resumen en dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Por lo siguiente:
§ Quien ama a Dios sobre todas las cosas se entrega de corazón a Él y entra en una confianza de relación personal con el Señor.
§ Quien ama al prójimo como a sí mismo, trabaja infatigablemente por hacer de los hombres una comunidad de hermanos, donde se viva la paz basada en la justicia y en la fraternidad.
Los Mandamientos son leyes o mandatos que Dios ha dado a los hombres, son expresiones de la voluntad de Dios y lo que debemos hacer para ganar la gracia e ir al cielo. Los Mandamientos no son obstáculos para ejercer nuestra “libertad”, sino son la expresión del amor de Dios a los hombres para guiarnos en el camino que nos lleva a la verdadera felicidad; enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo.
Los Mandamientos no son una carga para los hombres; sino, al contrario, son un don de Dios que nos hace conocer su santa voluntad. Sólo cumpliéndolos nos sentiremos felices aquí en la tierra y eternamente en el cielo.

Analizamos el siguiente cuadro referente a los Mandamientos:

DIOS NOS HABLA
ESTO ES LO QUE QUIERE
TU ACTITUD HOY
1º Amarás a Dios sobre todas las cosas:
Dios quiere ser el centro de nuestra vida personal social, incluyendo toda clase de ídolos, personas y cosas.

2º No tomarás el nombre de Dios en vano:
Dios quiere que no usemos su nombre como pretexto para ir contra los demás, quiere que cumplamos la palabra dada.

3º Santificarás las fiestas:
Dios quiere que expresemos nuestra fe en Él, centro de nuestro ser  y lo celebremos personal y comunitariamente.

4º Honrarás a tu padre y madre:
Dios quiere que respetemos a nuestra familia, nuestro pueblo y nuestra historia, como su heredad, raíz de la dimensión comunitaria histórica.
La historia en el misterio de la Iglesia.

5º No matar:
Dios quiere que respetemos la vida propia y la de los demás, aún de los que nos han nacido su honor, fama, como un don para construir el Reino de Dios.

6º No cometerás actos impuros:
Dios quiere que respetemos nuestra potencialidad sexual y no utilizarla para dominar y poseer al otro.

7º No robarás:
Dios quiere que no nos apeguemos a los bienes materiales y que respetemos los bienes que al otro son necesarios.

8º No dirás falso testimonio, ni mentirás:
Dios quiere que digamos siempre la verdad, aunque, por decirla, suframos las consecuencias.

9º No consentirás pensamientos, ni deseos impuros:
Dios quiere la fidelidad en el matrimonio, el amor y el respeto mutuo.

10º No codiciar los bienes ajenos:
Dios quiere que compartamos lo que tenemos con los necesitados y que no ambiciones más cosas innecesarias.



domingo, 26 de mayo de 2013

RESPUESTA AL PLAN AMOROSO DE DIOS CON LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

La Libertad, Don y Tarea que Dios nos da:

La libertad es el poder dado por Dios al hombre de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar de este modo por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es la característica de los actos propiamente humanos. Cuanto más se hace el bien, más libre se va haciendo también el hombre. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, Bien supremo y Bienaventuranza nuestra. La libertad implica también la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. La elección del mal es un abuso de la libertad, que conduce a la esclavitud del pecado.
Sólo un Dios omnipotente pudo crear un ser libre. Sin libertad no hay dignidad de la persona. La libertad hay que entenderla como un don y una tarea. Como un “don”, es ciertamente un don extraordinario que Dios hizo al hombre. 

La Libertad es un acto netamente Humano:
La libertad no es sinónimo de “espontaneidad” (hacer lo que uno siente ganas de hacer) sino es la característica de nuestra voluntad atraída hacia el bien. Dios nos amó tanto que nos creo a su imagen y semejanza, nos “regalo” el mundo y todo lo que está contenido en él. Pero también quiso que viviéramos en comunidad y amor gozando de libertad como lo hace la Santísima Trinidad.




La libertad hace al hombre responsable de sus actos, en la medida en que éstos son voluntarios; aunque tanto la imputabilidad como la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o incluso anuladas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia soportada, el miedo, los afectos desordenados y los hábitos.
El derecho al ejercicio de la libertad es propio de todo hombre, en cuanto resulta inseparable de su dignidad de persona humana. Este derecho ha de ser siempre respetado, especialmente en el campo moral y religioso, y debe ser civilmente reconocido y tutelado, dentro de los límites del bien común y del justo orden público.
Ante el llamado de Dios a la libertad lo primero que debemos hacer es entender: qué es ser auténticamente libre.
Todo acto se hace con un fin, sino hubiera una intención no actuaríamos. Para que una acción sea buena no basta con que su objeto sea bueno, se requiere además que el fin por el que se actúa sea bueno también. El fin puede influir de diversas maneras en la moralidad de los actos:
El fin bueno puede hacer que la acción buena sea mejor. Por ejemplo: rezar, que es una acción buena, aumenta su valor si se hace para conseguir la conversión de los pecadores – fin bueno.
El fin malo hace mala una acción que podía ser buena. Por ejemplo: dar limosna – objeto bueno – para que me vea la gente y hablen bien de mí – fin malo.
El fin malo aumenta la malicia de una acción mala. Por ejemplo: emborracharse – objeto malo – para luego robar – fin malo.
El fin bueno nunca convierte en buena una acción mala. Por ejemplo: no se debe robar a una persona rica para dárselo a un pobre. Nunca se debe hacer un mal para conseguir un bien.
No basta tener buena intención para actuar rectamente: es necesario que lo que se hace sea moralmente bueno. Sólo así nuestras acciones son moralmente rectas, agradan a Dios y merecen ser premiadas.

Para eso pongamos algunas afirmaciones básicas:
a)    La libertad es un don de Dios que nos ayuda a encontrar la mejor forma de realizarnos como personas.
b)    La libertad no se nos ha dado para autodestruirnos o para hacer el mal.
c)    “El mal es la ausencia de todo bien debido” (Sto. Tomás). Es como un vacío.

La Libertad nos lleva a actuar con Responsabilidad:
La libertad lleva consigo la responsabilidad. Cada uno es responsable ante Dios de lo que hace, independientemente de lo que vea o piense la gente. Uno sabe en conciencia si obra bien o mal, y sabe que Alguien “siempre” lo ve. Por faltar la libertad no se es “responsable”:

*   Si hay ignorancia inculpable: cuando no se sabía que eso estaba mal. Sin embargo hay cosas que se deben saber y sólo por negligencia puede darse su desconocimiento; en este caso si habría culpabilidad.
*   Cuando falta advertencia: por ejemplo cuando se está dormido u otros le han emborrachado.
*   Si falta el consentimiento: por ejemplo porque hay una coacción total.

Hay responsabilidad en los pecados ajenos, en quien colabora a sabiendas en el pecado que comete otra persona actúa mal: comete el mismo pecado que el que peca.

La cooperación al mal ajeno puede ser de dos maneras:
a)  Cooperación formal: se colabora voluntariamente a la mala acción. Por ejemplo, quien ayuda a otro robar. La cooperación formal nunca es lícita, pues equivale a participar en el pecado ajeno.
b)  Cooperación material: se colabora a la acción pero no se quiere el pecado que el otro realiza. Por ejemplo, la señora que está en una sucursal bancaria, entran unos ladrones y la amenazan de muerte para que les ayude a llevar el dinero hasta un coche.
Un caso especial de responsabilidad en los pecados ajenos es el pecado de escándalo. Escándalo es toda acción, palabra u omisión que lleva a otro a pecar. Por ejemplo, incitar al robo o publicar artículos que llevan a pensar mal a  los demás.